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Esteban, en Oxford, junto a su madre Ester
Esteban Cichello Hübner nació en La Falda, Córdoba.
Su familia se rompió cuando era muy chico,
se mudó con su madre y su hermano
al Conurbano bonaerense y conoció las privaciones.
Con mucho esfuerzo salió adelante y
hoy es profesor en una de las
principales instituciones educativas del mundo.
Por él, Diego Maradona brindó una
histórica conferencia en esa universidad.
Una inspiradora historia de superación
El día que se quebró su infancia ...
Tenía unos seis años
cuando su felicidad sufrió la primera detonación.
Vivía en La Falda, en la provincia de Córdoba,
en una agradable casa de techo a dos aguas,
con su papá Pedro Cichello Hübner (mecánico de motos),
su madre Ester Gracia y su hermano mayor, Daniel.
Habían salido a pasear por el centro con Ester
cuando de pronto vieron a su padre,
Pedro, contra una pared besuqueándose con la rubia Betty.
Ese mismo día se desató el fin de los tiempos felices.
Fue testigo, por primera vez, de la violencia.
Ahí mismito Ester hizo los bolsos.
Unos pocos petates y se marcharon los tres
a la estación de ómnibus de La Falda.
“Ver una escena de tal magnitud de violencia
fue una hecatombe en mi infancia.
Fue traumático”,
recuerda hoy el profesor Cichello Hübner desde Gran Bretaña.
Esteban comenzó a trabajar a los nueve años.
Lo hacía en la Despensa Lolita, desde las 9.30 hasta las 12.30,
horario en que se iba apurado para el colegio.
En la despensa limpiaba las heladeras,
acomodaba cajas y envolvía huevos con papel de diario.
Los diccionarios me apasionaban.
Como no me alcanzaba el dinero para comprarlos
me puse a juntar unos cables negros,
los quemaba y, después, vendía el cobre que quedaba.
llamada Fernanda Fernández,
tenía unos discos de vinilo para aprender inglés,
ese idioma que tanto le llamaba la atención.
Esteban los descubrió y le rogaba con insistencia
que se los pusiera...
¡Quería aprender como fuera!
Fernanda le decía “traeme unos huevos de Zulema
y te los pongo…”.
Y así empezó su romance con esta lengua que hoy
habla como un verdadero nativo.
Esteban estudiaba con ahínco.
En el camino de la vida,
su madre volvió a creer en el amor.
Se casó y tuvo dos hijos más: Marcos David
(que murió a los 20 años por sobredosis)
y Claudia Noemí.
Mejoraron un poco el rancho, ya tenían electricidad,
pero no mucho más.
El problema era que Ester no tenía
demasiado tino para elegir maridos.
Este era algo peor que ausente, era golpeador y alcohólico.
En el rancho había poco espacio.
Así que Esteban vivió, por un tiempo,
en la casa de unos tíos paternos que habían
perdido a un hijo.
No duró mucho esa convivencia porque su tía
enfermó gravemente y Esteban tuvo que volver.
Por suerte, el ebrio marido de su madre
no andaba demasiado por ahí,
más bien andaba perdido entre copa y copa.
Años después, una cirrosis lo mandó para el otro mundo.
Esteban comenzó con la búsqueda de mejores trabajos
mientras seguía con sus estudios.
No era fácil porque, con 16 años, nadie lo tomaba.
Aun así consiguió trabajar para un laboratorio dental
repartiendo dentaduras, puentes y coronas.
Ese camino transitaba cuando un día, en un tren,
conoció a un señor que le dijo que podía darle trabajo.
Primero se negó, pero terminó aceptando.
El señor era el fundador de Festo Argentina,
una compañía alemana de automatización industrial
que le puso una sola condición: debía seguir estudiando.
De la pobreza se sale
Esteban terminó, en 1987, el secundario especializado en Letras.
Lo hizo cursando en el turno noche,
en el Colegio Nacional Juan José Paso,
en el barrio de Once de la capital.
Fue en ese establecimiento que un profesor de geografía
-que jamás había puesto un pie fuera de la ciudad de
Buenos Aires- le despertó la pasión por los mundos lejanos.
Le dijo:
“Uno tiene que viajar primero por los países de
dónde es su sangre”.
Esteban empezó a edificar nuevos sueños y pensó en
Italia, en Israel, en España…
De casualidad,
cayó en sus manos un libro de un autor coreano que lo marcó:
“Ahí leí que uno se debía embarazar de las cosas
que deseaba para su vida.
Si uno soñaba con una bicicleta,
era muy factible que tuvieras esa bicicleta…
pero el sueño tenía que ser muy claro:
tenías que soñar el color, el rodado, la marca ,
el tamaño y hacer todo lo posible para tenerla”,
recuerda Esteban.
Su próximo trabajo fue en el Hotel Conquistador,
en la calle Suipacha.
Por esos tiempos,
se obsesionó mirando otro hotel de la zona:
el magnífico Sheraton.
Se le metió en la cabeza que quería trabajar allí.
Consiguió un puesto.
Tenía que repartir los mensajes por cientos de habitaciones.
Iba con su enorme bolsa subiendo por los ascensores
y bajando por las escaleras, piso por piso,
cuarto por cuarto.
Un día le ofrecieron ir a trabajar al Hotel Géminis,
en Las Leñas.
Se animó y se instaló en Mendoza.
Como en la montaña no tenía en qué gastar,
juntó plata para empezar a concretar sus postergadas fantasías.
Los sueños se cumplen
Llegó el momento tan anhelado y
el sueño de conocer Israel se concretó.
Esteban tenía 20 años y llegó a ese país
para instalarse en un Kibutz.
Cosechaba paltas, fabricaba pan, limpiaba gallineros.
A los cinco meses se cansó de esa vida rural
y decidió probar suerte en otra cosa.
Se dirigió al hotel Sheraton de Tel Aviv y,
muy caradura, pidió ver al Gerente General.
Le preguntaron quién era él y respondió sonriente:
“Soy Sheraton Argentina”.
El Gerente General lo atendió.
Le contó que él había comenzado como mozo
en el Sheraton de Frankfurt
y le dijo que sabía muy bien lo que significaba el esfuerzo.
Esteban apenas si sabía algo de hebreo,
pero lo tomó de todas maneras y lo puso como
“dador de llaves”.
“No me daba ni para conserje”, se ríe al hacer memoria.
Pero le quedó claro que debía aprender hebreo.
Como no tenía dinero,
esos primeros treinta días,
durmió en la playa frente al hotel.
Cuando cobró su primer sueldo,
alquiló una habitación en la casa de unos marroquíes.
Pidió trabajar turno noche para poder
estudiar hebreo por la mañana.
Y, cuando supo manejar bien la lengua,
se anotó en la Universidad Hebrea en Jerusalén
para estudiar
Relaciones Internacionales y Ciencias Políticas.
La universidad podía pagarla prestando servicios sociales.
Cumplió la nueva misión y se recibió con honores
(Summa Cum Laude) por su buen promedio.
Desde que había visitado, en un viaje a Gran Bretaña,
la Universidad de Oxford, tenía otro gran sueño: estudiar allí.
De hecho, entre las páginas de su Torá,
había puesto a modo de cábala, la foto de aquella visita.
“Siempre hay que anhelar lo mejor.
Nunca pichulear, la vida es muy corta.
Yo deseaba seguir estudiando y entrar a
la mejor universidad del mundo”, confiesa.
Mandó solicitudes a las más célebres
universidades del planeta.
La sorpresa no pudo ser más grande cuando
cuatro de ellas le respondieron que lo habían admitido:
Oxford, Cambridge, Johns Hopkins y Stanford.
Esteban Cichello Hubner en Oxford
Tres carreras y… ¡profesor!
Había un problema:
para Oxford necesitaba 11 mil libras esterlinas.
Y él no tenía ni una.
Empezó entonces a aplicar para distintas becas.
Consiguió algunas, pero no le alcanzaba el dinero.
Entonces resolvió solicitar a las instituciones una prórroga
por un año para poder juntarlo.
Necesitaba trabajar en algo redituable.
Por la revista The Economist descubrió que uno de los
mejores países para ganar dinero rápidamente era Japón.
No lo pensó demasiado.
Llegó a Tokio con 50 dólares.
No tenía nada planeado,
pero conoció a unos peruanos que trabajaban
en la construcción.
Le ofrecieron trabajo y aceptó.
En su tiempo libre, vendía bijouterie por las calles.
Pero el tiempo pasaba y vivir en Japón no era nada fácil.
Un día se hartó y se fue al aeropuerto.
Sacó un pasaje a París.
En el vuelo, hojeando el diario Le Figaro,
vio que Eurodisney buscaba empleados para su hotel.
Se postuló y, por supuesto, consiguió el trabajo.
Como ya hablaba un par de idiomas lo pusieron
como recepcionista VIP.
En eso estaba, juntando dinero,
cuando lo llamaron del British Council.
Habían decidido otorgarle una beca para la
Universidad de Cambridge.
La alegría no fue total porque su obsesión era Oxford.
Se atrevió y pidió una reunión con el
comité de becas del British Council.
A regañadientes le dieron una cita de pocos minutos,
pero debía ir a Londres.
Viajó y los convenció:
le dieron una beca para Oxford, pero solo por dos años.
La carrera tenía tres. Aceptó igual,
ya tendría tiempo para ver cómo lo resolvía.
Terminó estudiando tres carreras en Oxford
sin jamás pagar una libra esterlina.
No solo eso:
se convirtió en profesor de la institución más prestigiosa del mundo
-con casi mil años de antigüedad-,
dirigió varios de sus programas y fue tutor de alumnos
de todas partes del mundo.
También estudió en la Universidad de Salamanca, en España
y se desempeñó como
profesor en la Universidad de Cambridge.
Fueron años intensos y llenos de satisfacciones.
Esteban cree en el mérito y en el esfuerzo.
A la pregunta sobre cuáles son las claves para lograr
lo que se quiere en la vida,
responde convencido:
“Convicción; claridad, para ver a dónde se quiere ir;
fortaleza psicológica para soportar los fracasos,
yo me caí muchas veces;
preparación, los estudios son la mejor inversión
y saber que sin sacrificio no hay beneficio”.
Fuente: Infobae