#BUENASnoticias...


Café Filosófico de Roxana Kreimer


Un estudio experimental realizado en la Universidad de California revela que tras leer buenas noticias en el diario las personas son más optimistas en sus decisiones posteriores que después de leer noticias
negativas. Otros trabajos suman evidencia en favor del rol importante que tienen las emociones a la hora de decidir. 

A lo largo de la historia, desde la Grecia clásica hasta la Ilustración, las emociones fueron vistas fundamentalmente como impulsos autodestructivos e impredecibles que anulan a la razón y perturban la toma de decisiones. 
Esta perspectiva está presente en la filosofía, en la literatura, y hasta en el sistema legal moderno, en el que los “crímenes de la pasión” son tratados de manera diferente porque se estima que la persona afectada está fuera de control. 

Recientemente, sin embargo, a través de un número creciente de trabajos científicos, se evidenció que las emociones son predecibles, medibles y cumplen una función esencial a la hora de decidir. Pueden ayudarnos a sobrellevar limitaciones cognitivas porque estrechan el círculo de consideraciones y permiten focalizar la decisión, destacando aspectos relevantes de las opciones. 

Son respuestas estereotipadas (heurísticos) que aparecen cuando no tenemos datos suficientes como para realizar una evaluación previa de las circunstancias. Representan el corte de cuchillo que nos permite dejar de dudar y decidirnos de una buena vez. 

El neurólogo Antonio Damasio probó que las personas que tienen dañada la región del cerebro que regula las emociones dudan en exceso antes de tomar una decisión. También pueden quedar desprovistas de la capacidad de empatizar con los demás y, por tanto, perder todas sus relaciones personales significativas. 

Las emociones son relevantes para la elección: el arrepentimiento, el miedo y la culpa, por ejemplo, nos previenen de las malas decisiones. Brindan atajos intuitivos sobre cómo resolver los conflictos motivacionales y las ambiguedades. Los afectos incidentales (no vinculados con la decisión) también influyen, por lo general de manera no consciente: como en el estudio sobre el impacto que tienen las noticias en el diario, el clima, estar de buen o mal ánimo, ciertos recuerdos y experiencias tienden a proyectar las emociones presentes en los resultados futuros. 

A medida que se intensifican, las emociones influyen más en la conducta y pueden avasallar el procesamiento cognitivo. Es el caso del ataque de ira o de los que padecen diversas fobias (saben que la situación no es de temer, pero el miedo los paraliza), o de los que se enamoran sabiendo que en esas circunstancias van a la ruina. 


Así se evidencia que la emoción que se siente en el momento de decidir con frecuencia es independiente de la que se siente cuando lo que se decidió tiene lugar. Según algunos investigadores, esto obedece al hecho de que los que son capaces de generar imágenes más vívidas, sienten las emociones con más intensidad, y disfrutan más de la comida, de los viajes y del sexo porque apelan a la fantasía para motivarse. 

Ambas perspectivas, la antigua y la contemporánea, tienen algo de validez. Las emociones a menudo distorsionan y llevan a las personas a dañarse a sí mismas y a dañar a otros, pero también ayudan a decidir, brindan la motivación necesaria para actuar, expresan nuestro deseo de seguir vivos (eso que Spinoza llamó connatus y que está presente en cada uno de nuestros genes) e informan al cerebro sobre un particular estado del cuerpo. 

Toda organización social debería favorecer a través de la educación el desarrollo de un equilibrio en nuestra vida emocional. El ser humano puede sentir emociones pro-sociales como la empatía, pero también es capaz de torturar y matar. Una buena educación sentimental deberían alentar nuestras mejores disposiciones.